Los nostálgicos de Woody Allen sin duda se lo habrán (nos lo hemos) pasado pipa con la reciente «Mientras seamos jóvenes» y esos guiños setenteros a los años felices de «Annie Hall» (cambiando coca por ayahuasca) o «Manhattan» (cambiando snobs por hipsters). Ah, qué tiempos, ¿verdad? Porque ahora, o hace ya bastantes años, el geniecillo de Brooklyn parece limitarse a rescatar alguna ocurrencia más o menos vieja y quizá garabateada en algún cuaderno de anillas, y con un poco de oficio y toneladas de déjà vu, cumplir con su (absurda) obligación de entregar al mundo su peliculita anual. ¿Un acto de generosidad para un cuasioctogenario de vuelta de todo? Sin duda. Pero, también, una irresponsabilidad a la hora de manchar una filmografía apabullante a base de naderías o medianías. Desde luego, a veces suena la flauta y despacha obras del calibre de «Medianoche en París» o «Blue Jasmine», pero otras el desafine es estrepitoso, casos de «Vicky Cristina Barcelona» (lagarto, lagarto), «Conocerás al hombre de tus sueños» o «A Roma con amor». La de este año, «Irrational man», anda entre Pinto y Valdemoro, o entre «Si la cosa funciona» y «Magia a la luz de la luna»: una anecdotita argumental tamaño post-it recubierta de capas y capas de ideario alleniano de ayer y de hoy. El show se deja ver gracias a la presencia de Emma Stone, la última «chica Woody» que encaja perfectamente en su universo y que no desentona con históricas como Diane Keaton. Pero el que no pega ni con cola es Joaquin Phoenix, que interpreta a un profesor universitario (por supuesto, en un campus pijo y de madera noble) borrachuzo y obsesionado con Kant y sus boutades de salón hasta que, por puro azar, tiene la ocasión de llevar a cabo algún ajuste de cuentas con la ética y la razón práctica. Lo que viene a ser un crimen perfecto perpetrado por un aficionado chapucero y, ejem, metafísico, vamos. Aunque cualquier parecido con «Misterioso asesinato en Manhattan» es pura coincidencia: detalles y pistas deshilachadas (el zumo, la linterna…), poquísima gracia e ironía (a pesar de lo que digan sus palmeros de siempre), un uso atroz de la música (increíble en un melómano como él) y, cómo no, el eterno alter ego seductor del propio cineasta sobrevolando todo el metraje, aunque en este caso luzca barriga cervecera y muy poco filosófica. Eso, y el curioso idealismo romántico que algunos «intelectuales» aún tienen de nuestro bananero país, parece mentira. En fin, una bobaduca con ínfulas
y momentáneamente entrañable. Pese a todo, menos da una piedra, sobre todo viniendo de un tipo que se casó con su hija (no olvidemos).
FATALITY WESTERN es colaborador oficial de CLUB MEGACONSOLAS (síguenos en Twitter y Facebook).